Artículo publicado en Diario de Alcalá el 24 de Mayo de 2012
Este fin de semana se han llevado a cabo las diferentes actividades con motivo del aniversario del movimiento 15-M en diversas ciudades de España, entre ellas y como no podría ser de otra manera, en la céntrica Plaza del Sol de Madrid. El éxito ha sido considerablemente inferior al de hace un año, pero siempre muy por encima de las expectativas de cualquier 1 de mayo por parte de Méndez y Toxo. Todo esto se produce en un contexto calentito tras una semana de caídas del Ibex, máximos del spread de deuda, los intentos –en vano- para formar gobierno en Grecia y sobre todo, la intervención del Gobierno de España de BFA-Bankia.
Claro está que no es bonito –ni popular- recortar dinero en sanidad, investigación y educación un día, y al día siguiente rescatar una caja politizada cuyas espantosas decisiones han sido tomadas por gente –uno de ellos el “alcalaíno” Virgilio Zapatero- que cobra unos sueldos obscenos.
Pero cuando te juegas la estabilidad del sistema financiero de un país europeo con 47 millones de habitantes las cosas no van a ser sencillas. Con este rescate, dejémoslo claro desde el principio, no se “ha regalado el dinero a los banqueros” para mantener su tren de vida –que se leen tales barbaridades por la red- sino para asegurar que los ahorros de muchas personas depositantes de esta entidad -curritos al fin y al cabo como mi padre y usted-, no se pierdan en las nefastas inversiones de la Caja. La otra posibilidad era que una vez quebrado el banco y tras haber transmitido ese buen rollo por todas las entidades financieras de Europa -Bankia es la cuarta entidad más grande de España-, esos depósitos se restituyeran con el Fondo de Garantías y Depósitos, es decir, el dinero público vendría por otro lado, y el daño a la confianza ya sería irreparable.
La cuestión es que en el 15-M -con integrantes de mi quinta tardo-ochentera o más mayores- se habla sobre el futuro de los jóvenes a la par que de la segunda reforma financiera de Rajoy. Me alegra saber que tengan esa preocupación que comparto, pero también es interesante ver este futuro desde la perspectiva de la herencia que nuestros progenitores muy amablemente nos dejan. Me refiero a las cifras de 24.000 millones de euros de déficit tarifario, 15.000 de déficit sanitario, 1.600 en televisiones públicas… y tantos otros desmanes de las distintas Administraciones de este país que hacen que tengamos una Deuda Pública de 735.000 Millones -68% del PIB-.
Todo esto ha sido en parte gracias a la inestimable ayuda prestada por Rodríguez Zapatero a la hora de gestionar la crisis de un modo tan estupendo –véase no sólo ocultarla, sino incrementar esta cifra de déficit casi al doble con ideas como el Plan E- pero la cosa ya venía de muy lejos. ¿Esta fiesta quién la pagará? Pues a buen seguro yo –o incluso mis hijos- porque el actual modelo de organización del Estado no es sostenible. Nada es sostenible a largo plazo si genera una deuda del 68% del PIB, y si la sanidad que mis padres disfrutan hoy la tendré que pagar yo mañana con intereses, además de la mía –si es que quiero tener sanidad porque con este panorama nunca se sabe-.
Por eso me extraña la oposición de algunos sectores a las reformas –que no sólo recortes- llevadas a cabo por el gobierno en tanto en cuanto hagan sostenible a largo plazo algo que hoy por hoy es absolutamente imposible de mantener. De nada servirían los recortes si no se hicieran las reformas estructurales que el país necesita para mejorar los servicios y a la par que dejar de generar tanta deuda. De hecho debería existir superávit por norma general por lo que pueda ocurrir con el relevo generacional, pero si estas reformas cambian la actual tendencia de la financiación de la cosa pública será lo mejor que los gobernantes de este país puedan hacer por mi futuro. Es ridículo exigir servicios si no existe un modelo de financiación oportuno, como lo es comprarse un cochazo si no podemos pagar la hipoteca.
Por todo ello considero seguro que si esta actitud que tiene ahora el Gobierno hubiera existido antes, no se estarían pagando 29.000 millones de euros al año en intereses por nuestra deuda, más que en seguros de desempleo, sanidad, educación, infraestructuras o sobre todo, investigación.