Artículo publicado el 4 de julio de 2013
No soy un experto en educación,
ni pretendo serlo, pero sí que me han generado una serie de opiniones los 20
años que llevo haciendo uso del sistema educativo y sobre todo las reacciones
mostradas ante la reciente ley educativa creada por el Ministro José Ignacio
Wert.
La situación en la escuela
pública española es la que es, con tasas de fracaso escolar que doblan la media
de nuestros vecinos de la OCDE al mismo tiempo que somos los séptimos que más
gastamos en esta materia, y a lo que hay que añadir dos hechos que a priori deberían
parecer contradictorios: somos el país de Europa con más licenciados de menos
de 30 años, y a la vez la que cuenta con más paro juvenil (en torno al 55%). Aunque
naturalmente afecten a esta descorazonadora cifra otros aspectos como la
inflexibilidad de nuestro mercado laboral, digo yo que algo estaremos haciendo
mal cuando estamos de esta guisa.
Nuestro sistema ha tenido en los
últimos años dos características básicas: todo el mundo puede estudiar en la
universidad desde un punto de vista tanto intelectual como económico; si no
estudias en la universidad, y como todo el mundo puede hacerlo, está mal visto.
La devaluación de nuestro sistema
de formación profesional viene de lejos,
pero debemos plantearnos que el incremento de la calidad educativa no pasa por
que nuestro maître sea licenciado en Derecho, sino que todo aquel que salga de
nuestras escuelas sea un estupendo profesional; sea psicólogo, maître, ingeniero
o electricista, y así le sea reconocido por el resto de la sociedad. Este es el
camino para incrementar nuestra competitividad, y en ello se basa el éxito
económico alemán donde se fabrican productos que exigen una mano de obra muy
cualificada que merece la pena exportar y cuya producción no puede ser
deslocalizada en países con salarios más bajos.
La educación dual en la FP funciona
desde hace tiempo en Alemania y ha sido introducida recientemente en España.
Este sistema implica la colaboración entre la escuela pública, donde los
alumnos estudian, y la empresa privada, donde a la vez efectúan prácticas
remuneradas y que suponen una gran oportunidad para ser “fichados” por sus
jefes al ver cómo trabajan.
Las leyes vigentes en España
(LOGSE y LOE), todas del PSOE, han introducido un extraño criterio de
tolerancia hacia el fracaso que ha derivado en una enorme reducción de los
niveles de exigencia en nuestras aulas. Debemos exigir un mayor nivel de
esfuerzo a nuestros estudiantes.
La élite en los estudios
superiores debe ser intelectual, pero sólo intelectual. Jamás debe ser
determinante el poder adquisitivo para poder acceder a una formación de
calidad. El proyecto de ley de Wert parte de una legislación socialista, pero
aplica elementos de control para identificar el fracaso escolar de forma
prematura, reduce la influencia de los nacionalismos en la educación
garantizando la enseñanza en ambas lenguas y sí, hace una educación más exigente
para alumnos y educadores fomentando la competitividad.
Las becas deben existir, y
funcionar bien. La igualdad de oportunidades para acceder a una educación de
calidad es un elemento básico para un Estado de Bienestar, pero eso no es óbice
para exigir más a nuestros estudiantes, y basar nuestras decisiones en los méritos
y capacidades del individuo, no en las necesidades del rebaño. Estoy a favor de
exigir algo más que un cinco a estudiantes que pueden sacar más partido a su
educación, la cual gustosamente sufraga el resto del país con elevados
impuestos. El 6’5 es insuficiente como criterio dado que existen notables
diferencias de dificultad entre carreras e incluso universidades, y sería conveniente
establecer un punto de referencia real que debería basarse en las notas del año
anterior (en vez del 6’5, el percentil 65 de la distribución de notas). A
partir de esta referencia me comentó el Director de un importante instituto
público de la ciudad una idea que me pareció estupenda. Las becas actualmente dependen
de la renta del principal perceptor, y a partir de ese umbral no puedes optar a
una beca, pero él proponía que dependiendo de la nota del alumno, ese umbral de
renta pudiera variar, de modo que un alumno excelente con renta media pudiera
optar a una beca, y el de renta baja que no se esfuerza lo suficiente no obtuviera
sin ese esfuerzo una beca de miles de euros. Me gustaría ver la motivación de
un estudiante al principio de curso si sabe que puede cooperar con su esfuerzo y
trabajo a la economía familiar.
Adicionalmente, existe el
problema de que en España hay personas que no sólo defraudan a hacienda, sino
que además piden becas que no necesitan dejando sin ellas a otros que sí, o se
las merecen más. Pero esa es otra guerra
Tras todo lo dicho me gustaría
quedarme con que la actual reforma exige más a todos y eso es algo que, aunque
guste más o menos, necesitábamos en nuestro devaluado sistema educativo, y que
el sistema de becas también puede ser una herramienta para garantizar esfuerzos
más allá del libre acceso a la educación pública.
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