domingo, 14 de octubre de 2012

Porque en Alemania no son -tan- tontos

Artículo publicado en Diario de Alcalá el 11 de ocubre de 2012 

Una conocida marca alemana utiliza un lema parecido y le viene que ni pintado a los teutones. Tan simpáticos ellos como les vemos en nuestras extensas y supremas playas, con su color rosado -o rojizo, depende de en qué parte de la quincena les pillemos- con chanclas y calcetines en ristre, y bailando peligrosamente la macarena. Sin embargo pueden llegar a ser muy concienzudos cuando se les plantea un problema.

No quiero hablar de la troika o de los hombres de negro, que de eso ya, como diría Mas, estamos un poco fatigats, aunque no cabe duda de que sería otro ejemplo muy a tener en cuenta. Les hablo de algo más común, más cotidiano y humano, pero que es igualmente responsable del reparto y optimización de los recursos públicos, y del funcionamiento de la sociedad en general.

Partimos de la base de que para bien o para mal, la sociedad española tiene un grado de picaresca muy bien ilustrado en el Lazarillo de Tormes, frente a una población germana muy diferente, en la que los comportamientos suelen ser más morales, inflexibles y por qué no, inocentes. Esto puede ser incluso positivo en algunos aspectos para nosotros. Mundialmente se tiene a los directivos e investigadores españoles en muy buena estima, y seguro que este carácter “espabilao” tiene relevancia en, por ejemplo, unas negociaciones en las cuales es imprescindible la capacidad resolutiva inherente a nuestra sociedad.

La seguridad en los comercios en Alemania es mínima: los productos se encuentran en expositorios en la calle al alcance de cualquiera con cuatro dedos, y no suele haber cámaras ni detectores magnéticos. Sin embargo cuando se trata de un peligro significativo, hacen algo al respecto, como es el caso de los aeropuertos en los que no se te debería ocurrir llevar un desodorante de 125ml, algo que no supone un problema en la mayoría de los casos si tomamos un vuelo en Barajas.

Otro ejemplo es el de los billetes de transporte público. Todos nos sorprendemos al ver que no existe ningún tipo de barrera física de acceso a los medios de transporte, incluso en los autobuses, que se puede subir por la parte de atrás sin dificultad alguna. Ellos confían en que pagues religiosamente tu ticket, pero hay una época del año en la que los estudiantes se cuelan de un modo sistemático, los cuales normalmente disponen de un ticket especial que se obtiene con la matrícula de la universidad. Es el mes en el que los estudiantes llegan a la ciudad y aún no han pagado la matrícula y, cosas de la vida, te fríen los revisores a 40 euros la receta.

La limpieza es una maravilla. Toda la ciudad está impecable salvo en otoño, cuando caen todas las hojas de los árboles que se nota un poco más, pero eso sí, no ves un papel en el suelo. ¿Un servicio de limpieza estupendo? No lo creo, salvo que los operarios se escondan cuando trabajan, porque no se les ve el pelo. Allí la gente si tiene que tirar algo se lo guarda y lo tira en la primera papelera que ve, por cierto, mucho más escasas que en nuestra ciudad.

El último ejemplo, y para mi más relevante, es el de la sanidad. En Alemania se paga un copago sanitario de 10 euros. Me parecería excesivo para España -porque los sueldos no son los mismos- pero yo sí estoy a favor de un copago sanitario -siempre con excepciones- en tanto en cuanto la intención sea disuasoria, y no recaudatoria.

España es el país de la picaresca, de la triquiñuela, del “esto pa'ti, lo otro pa'mi, y aquí no ha pasao' na'”, y del “y bien que haces” cuando se engaña a hacienda o se lleva uno el subsidio por desempleo cuando tiene sus historias por ahí. Eso está aceptado socialmente por el españolito medio que lo ve bien, y así no se puede seguir. El sistema de bienestar debe alcanzar un grado de optimización a través de mecanismos disuasorios y de control del “café para todos” y “gratis total” porque de otro modo es insostenible. No es una cuestión de financiación, insisto, sino de disuadir a la persona  que abusa de los recursos públicos y los malgasta, además de un incremento de los medios de la Agencia Tributaria para perseguir el fraude que tanto perjudica a nuestro país -lo cual sin duda debería ir acompañado de una disminución de la presión fiscal en empresas y ciudadanos-. En términos microeconómicos significa que el coste marginal no puede ser igual a cero, porque es en ese momento en el que se produce el abuso, y en términos más mundanos se podría definir muy bien con la castellana expresión: “En España, si regalas mierda, te quedas sin ella.”

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