El pasado fin de semana acudí con un grupo de compañeros y amigos al País Vasco con motivo de las elecciones al Parlamento vasco. Ha sido un viaje que llevaba tiempo queriendo hacer, por conocer mejor una región, y por conocer una realidad que ha padecido la gente por la que sin quererlo he tenido una empatía importante.
Lo digo a menudo: hacer política en el País Vasco en los últimos 20 años no es lo mismo que haberla hecho en Madrid, sobre todo si perteneces a alguno de los partidos denominados "constitucionalistas". Y es curioso cómo los sujetos pasivos de tanto inhumanismo son capaces de contarte anécdotas que el tiempo ha hecho divertidas. Todo esto sólo es posible cuando te lo cuenta alguien con una cálida sencillez que sabes que le caracteriza como persona, y que te hace sentir una mezcla de admiración y respeto.
Anécdotas que giran en torno a lo absurdo de la situación que hacía que escoltas acompañaran a personas normales, con trabajos normales. Como un labrador que llevaba su tractor de una finca a otra seguido del coche que le protegía, o un vigilante jurado que trabajaba mientras un escolta le vigilaba a él mismo.
Otras sin embargo apelan a lo natural que es vivir con una persona todos los días, y que sea esta persona la que mire por tu vida. Porque ocurren cosas como que para tus hijos el escolta no será tras años de convivencia el escolta, será el tío Txema.
En la primera despedida de soltero de un concejal compartieron tres personas el mantel, y el argumento -de peso- era: "sin cenar no me pienso quedar, luego si queréis os tomáis una copa pero al menos quiero cenar".
La más graciosa la dejo para el final, y es aquella en la que fue el escoltado el que tuvo que llevar a su escolta a casa tras una despedida de soltero con los amigos del segundo... Apuesto por otra parte que no estaba de servicio, pero que era "uno más" en el grupo, y no podía faltar a la cita.
Aunque haya miles de cosas más que contar, quería recopilar estas pequeñas historias, para buscarle el lado más simpático a personas dignas de admirar, y de tener en cuenta en el presente y el futuro de este país.
El coraje no se puede simular: es una virtud que escapa a la hipocresía.
Napoleón I